jueves, 28 de marzo de 2013

La celebración de la Eucaristía

Manuel Toledo Zamorano

El Arzobispo de nuestra ciudad, Monseñor Asenjo, nos dice que "el encuentro con el Señor resucitado, que se renueva cada vez que celebramos la Eucaristía, suscita en quienes en ella participamos la exigencia y el compromiso de evangelizar y de dar testimonio… La participación en la Eucaristía nos debe impulsar a la misión, a compartir con nuestros hermanos el pan del Evangelio y de la solidaridad".

            Por tanto, la participación en las celebraciones y cultos de nuestras hermandades debe ser en espíritu y en verdad, dando testimonio de lo que somos, seguidores de Jesús,  y llevando a la práctica lo que hemos recibido tanto en la mesa de la Palabra como en la Eucarística.

            Es importante conocer lo que celebramos, entender lo que ocurre en el transcurso de la celebración eucarística y no acudir a ella como extraños y mudos espectadores(SC 48) de una “función” en la que se realizan diferentes ritos, sino que comprendiendo el misterio de fe que es la Eucaristía, “participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos por la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día , para que, Dios sea todo en todos.(SC 48)

            Participar activamente en la celebración eucarística supone participar con aclamaciones,  respuestas,  salmos,  antífonas,  cantos,  acciones o gestos, posturas corporales y silencios sagrados a su debido tiempo. (SC 30).

            De hecho la actual redacción de la O.G.M.R. nos dice en el artículo 96: “formen, pues, un solo cuerpo, escuchando la palabra de Dios, participando en las oraciones y en el canto, y principalmente en la oblación común del sacrificio y en la participación común en la mesa del Señor… Observando comunitariamente los mismos gestos y actitudes corporales”.

            “Puesto que la celebración de la Misa, por su propia naturaleza, tiene carácter comunitario, tienen una gran fuerza los diálogos entre el sacerdote y los fieles congregados, y asimismo las aclamaciones … que constituyen precisamente aquel grado de participación activa que se exige a los mismos”. (OGMR 34 y 35).

           
   No olvidemos, por tanto,  que los cofrades como cristianos comprometidos y como partes de la Iglesia que somos debemos de fomentar entre nuestros hermanos una participación acorde con estos postulados que hagan que la celebración eucarística sea un verdadero banquete pascual en el que participando cada uno con su ministerio demos gloria a Dios.

            Un banquete pascual en el que Cristo está presente de diferentes maneras, son lo que llamamos: las presencias de Cristo en la Liturgia.

            La Constitución sobre Liturgia nos dice en su artículo 7 que “Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica”, ya que para poder realizar Dios Padre la obra de la salvación necesitaba de la presencia de su Hijo entre los hombres.

            Por ello, nos encontramos que Cristo está presente en el sacrificio de la Misa: en la persona del ministro, por tanto es Cristo quien se ofrece a través del sacerdote al igual que se ofreció en la cruz;  está presente bajo las especies eucarísticas de una manera sustancial y permanente, es el mismo Cristo quien nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre; está presente en su Palabra, por lo que en la mesa de la Palabra es Dios mismo quien a través de los lectores habla a su pueblo, de ahí la importancia de cuidar las personas que proclaman la Palabra de Dios; está presente en la asamblea cuando suplica y ora con salmos y está presente con su fuerza en los Sacramentos, por lo que cuando uno recibe el Sacramento de la Reconciliación , es Dios mismo quien perdona los pecados por medio del sacerdote.

Por lo que como dice  el artículo 7 de la SC “toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia  no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”.

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