Manuel Toledo Zamorano
Vivimos inmersos en
un mundo que nos ha llenado de prisas, de reacciones ante lo inmediato y nos
hace dejar de lado recuerdos importantes, decisivos que desde siempre han
estado ahí y que parece que seamos incapaces de traer a un primer plano para
desempolvarlos y actualizarlos.
Si esos recuerdos
se refieren al mundo de las hermandades de Sevilla, la cosa cobra un especial
cariz que nos obliga a hablar de algo santo y cercano a Dios y a Su Madre.
Hay, ciertamente, olvidos que se agradecen, pero
otros olvidos nos dañan en lo más profundo del alma, porque no es sano olvidar
que no hemos pedido perdón a quien hemos ofendido, o que no hemos dado gracias
a quien nos tendió la mano en el momento en el que más lo necesitamos.
El mundo
actual nos ha llenado de prisas, de tener que hacerlo todo rápidamente, a
veces, sin pensar en las posibles consecuencias, incluso, hay ocasiones que
tomamos decisiones en el ámbito cofrade que no siempre son las acertadas, ya que se generaron en momentos de ofuscación
y como se dice en nuestra tierra “en
caliente” y que nos impiden ver la realidad
con la objetividad necesaria para reaccionar como cristiano ante la realidad
que se nos presenta.
Frente
a tantas prisas, es necesario aprender a
recuperar la memoria, a hacer que esos bonitos recuerdos del pasado no se
queden flotando en nuestro cerebro, sino que, hoy en día y dadas las
circunstancias actuales, es no solo necesario, sino diría yo de obligado cumplimiento, el hacerlos
presentes de nuevo, para, desde una perspectiva de perdón y misericordia,
generen en nosotros una corriente reconciliadora que haga posible un ente
cofrade lleno de todo lo bueno que emana y que nos dice la Palabra de Dios.
Porque
vale la pena recordar que existieron
unos hermanos, a los que debemos mucho,
que hace ya bastantes años iniciaron y crearon una particular forma de
estar y servir a la Iglesia desde el ámbito cofrade y que se llama Hermandad.
Porque
vale la pena recordar a esos hombres
y mujeres que de manera callada y oculta, han hecho y hacen posible que la
hermandad funcione, que podamos tener las cosas en su sitio, que nos permiten
acceder a nuestras dependencias en todo momento, en fin, que posibilitan la
vida interna de la corporación.
Porque vale
la pena recordar que son muchos los corazones buenos que dejaron su tiempo y
su sabiduría, para tendernos una mano cuando más lo necesitábamos.
Porque vale
la pena recordar que la hermandad no viene de la nada, sino que surge desde
un amor y una fe inmensa por parte de sus hermanos y desde un Dios que recuerda
y está, eternamente, al lado de cada uno
de sus hijos.
Hay cosas que vale
la pena recordar. Más allá de lo inmediato, una memoria abierta hacia el
pasado y un corazón sensible harán posible recuerdos valiosos, desde los que
cada uno podrá dar gracias y pedir perdón. Recuerdos que merece la
pena recordar y actualizar porque de ellos surgirán, seguramente, el deseo de
perdón, de reconciliación y olvidar, ya sé que es difícil, las posibles
injurias sufridas en nuestro ser interior.
Sin
perdón y reconciliación es imposible volver a crear y necesitamos profundizar en nuestra
esencia como entidad cristiana, retomar caminos antes iniciados y dejados a un
lado, solemnizar aún más, si cabe, los
cultos que organizamos en honor de nuestros Amantísimos Titulares; adecuar la acción caritativo social a las
necesidades de los tiempos que corren y que nos apremia con un compromiso cada
vez más sincero; organizar acciones formativas que sirvan de sustento a la vida
de Hermandad y prestar una especial
atención a la juventud que junto a los adultos debe ir aprendiendo a ser y
estar en una hermandad.
Con una buena memoria, también el presente se
hará más llevadero y el futuro será afrontado con humildad, alegría y
esperanza, porque sabremos vivir cada momento recordando el inmenso Amor que Dios nos
ofrece cada día.