jueves, 11 de abril de 2013

LO QUE MERECE LA PENA RECORDAR


Manuel Toledo Zamorano

Vivimos inmersos en un mundo que nos ha llenado de prisas, de reacciones ante lo inmediato y nos hace dejar de lado recuerdos importantes, decisivos que desde siempre han estado ahí y que parece que seamos incapaces de traer a un primer plano para desempolvarlos y actualizarlos.

Si esos recuerdos se refieren al mundo de las hermandades de Sevilla, la cosa cobra un especial cariz que nos obliga a hablar de algo santo y cercano a Dios y a Su Madre.

Hay, ciertamente, olvidos que se agradecen, pero otros olvidos nos dañan en lo más profundo del alma, porque no es sano olvidar que no hemos pedido perdón a quien hemos ofendido, o que no hemos dado gracias a quien nos tendió la mano en el momento en el que más lo necesitamos. 

El mundo actual nos ha llenado de prisas, de tener que hacerlo todo rápidamente, a veces, sin pensar en las posibles consecuencias, incluso, hay ocasiones que tomamos decisiones en el ámbito cofrade que no siempre son las acertadas,  ya que se generaron en momentos de ofuscación y como se dice en  nuestra tierra “en caliente” y  que nos impiden ver la realidad con la objetividad necesaria para reaccionar como cristiano ante la realidad que se nos presenta.

Frente a tantas prisas,  es necesario aprender a recuperar la memoria, a hacer que esos bonitos recuerdos del pasado no se queden flotando en nuestro cerebro, sino que, hoy en día y dadas las circunstancias actuales, es no solo necesario, sino diría yo de obligado cumplimiento, el hacerlos presentes de nuevo, para, desde una perspectiva de perdón y misericordia, generen en nosotros una corriente reconciliadora que haga posible un ente cofrade lleno de todo lo bueno que emana y que nos dice la Palabra de Dios.

Porque vale la pena recordar que existieron unos hermanos, a los que debemos mucho,  que hace ya bastantes años iniciaron y crearon una particular forma de estar y servir a la Iglesia desde el ámbito cofrade y que se llama Hermandad.

Porque vale la pena recordar a esos hombres y mujeres que de manera callada y oculta, han hecho y hacen posible que la hermandad funcione, que podamos tener las cosas en su sitio, que nos permiten acceder a nuestras dependencias en todo momento, en fin, que posibilitan la vida interna de la corporación.

Porque vale la pena recordar que son muchos los corazones buenos que dejaron su tiempo y su sabiduría, para tendernos una mano cuando más lo necesitábamos.

Porque vale la pena recordar que la hermandad no viene de la nada, sino que surge desde un amor y una fe inmensa por parte de sus hermanos y desde un Dios que recuerda y está, eternamente, al lado de  cada uno de sus hijos. 

Hay cosas que vale la pena recordar. Más allá de lo inmediato, una memoria abierta hacia el pasado y un corazón sensible harán posible recuerdos valiosos, desde los que cada uno podrá dar gracias y pedir perdón. Recuerdos que merece la pena recordar y actualizar porque de ellos surgirán, seguramente, el deseo de perdón, de reconciliación y olvidar, ya sé que es difícil, las posibles injurias sufridas en nuestro ser interior.

Sin perdón y reconciliación es imposible volver a crear y necesitamos profundizar en nuestra esencia como entidad cristiana, retomar caminos antes iniciados y dejados a un lado, solemnizar aún más,  si cabe, los cultos que organizamos en honor de nuestros Amantísimos Titulares;  adecuar la acción caritativo social a las necesidades de los tiempos que corren y que nos apremia con un compromiso cada vez más sincero; organizar acciones formativas que sirvan de sustento a la vida de  Hermandad y prestar una especial atención a la juventud que junto a los adultos debe ir aprendiendo a ser y estar en una hermandad.

Con una buena memoria, también el presente se hará más llevadero y el futuro será afrontado con humildad, alegría y esperanza, porque sabremos vivir cada momento recordando el inmenso Amor que Dios nos ofrece cada día. 

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