Manuel Toledo Zamorano
En un tiempo
litúrgico en el que ya todos gozamos de un Jesús que en su totalidad está
presente en la Eucaristía y en el que nos alegramos porque el mismo Jesús que
sufrió la pasión y muerte está ahora con nosotros resucitado, nos disponemos a
celebrar dos festividades que son el santo y seña del devenir del cristiano.
La primera, más
cercana en el tiempo, nos acerca a Dios Trinidad, ese Misterio con mayúsculas
que año tras año en su festividad litúrgica nos recuerda que Dios Padre con la
fuerza de su Espíritu envió a su Hijo a redimir a la Humanidad y en la que “la entrega trinitaria del Hijo al Padre y
viceversa es verticalidad absoluta, felicidad absoluta, alegría absoluta, auge absoluto.”
(Cardenal Joachim Meisner, “Eucaristía y Evangelización”, C.E.Internacional,
Sevilla, 1993).
La segunda,
a la semana siguiente, es la que en todo el orbe cristiano dedicamos a Jesús Sacramentado que al hacerse presente en la Eucaristía hace que ésta contenga todo el bien espiritual de la
Iglesia, que no es otro que el mismo Cristo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los
hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo. Jesús, en el Santísimo Sacramento del altar, es
fuente de vida que al recibirlo permite vivir nuestra existencia llena de su
Espíritu y nos hace partícipes de su vida pascual.
Felicidades a todas la Familia Trinitaria por el acontecimiento que vamos a vivir mañana domingo, Fiesta de la Santísima Trinidad.
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